Por Juan Carlos Gómez
Las polacas de su generación tuvieron un verdadero maestro en Tadeusz Boy-Zelenski. Médico, poeta, escritor, crítico literario y teatral, traductor de más de cien títulos de literatura francesa, desmitificador de las tradiciones nacionalistas de la nobleza y de la iglesia, fue asesinado por la Gestapo en 1941.
Pertenecía a la generación anterior a la de Gombrowicz, inteligente y talentoso dedicó buena parte de sus energías a achicar la brecha que existía entre Polonia y Occidente. Gombrowicz se le presentó una tarde en el café Zemianska: —¿Señor Zelenski?; —Sí; —Me permitiría unas palabras, aunque no tengo el honor de…; —Siéntese; —Verá usted, yo soy un pasajero sentado sobre una silla, la silla está sobre una caja, la caja sobre unos sacos, los sacos sobre un carro, el carro sobre un barco, el barco sobre el agua… Pero, ¿dónde está la tierra firme y cómo es…? Nadie lo sabe; —No lo sabemos. Navegamos y navegamos en este barco polaco pero no tocaremos tierra hasta que no nos hundamos.
Gombrowicz no se sentaba a la mesa de Boy en los café legendarios de Ziemianska, de Ips y de Zodiak, actuaba casi únicamente en la planta baja de los cafés, mientras las plantas más altas prácticamente las ignoraba. Boy era muy asiduo a los cafés: —Oiga, dicen que es usted quien reina en el Ziemianska, y que no admite en su mesa a ninguno de nosotros.
“Efectivamente, no los admitía, era profeta y payaso, pero sólo entre seres iguales a mí, aún no del todo formados, sin pulir, inferiores, a los otros, lo honorables, con quienes no me podía permitir una broma, una mofa, una provocación, a quienes no podía imponer mi estilo, prefería no tratarlos; me aburrían y sabía que yo también los aburría […] Los poetas de Skamander eran conscientes de su lugar sólo hasta cierto punto, conocían su lugar en el arte, pero no sabían cuál era el lugar del arte en la vida. Conocían su lugar en Polonia, pero ignoraban el lugar de Polonia en el mundo, ninguno de ellos se elevó tan alto como para ver la situación de su propia casa”.
Gombrowicz se veía poco con Boy, apenas tenía contacto con las mujeres que lo rodeaban, un séquito de segunda mano, mujeres de letras entradas en años que constituían el estado mayor femenino del maestro. También había mujeres jóvenes y hermosas, actrices, poetisas o a veces simplemente muchachas atraídas por un ambiente donde su belleza podía resplandecer si correr riesgos. Pero estas jóvenes que venían a buscar la vida fácil en la órbita de Boy, tenían una actitud deliberada, y su deseo de emancipación era demasiado estereotipado, entonces, no resultaban atractivas y hasta llegaban a ser irritantes.
“De todos modos debo reconocer que realizó grandes cosas en favor de la normalización de la mujer polaca. Utilizo el término normalización teniendo en cuenta la situación que se había creado”.
La vieja generación de las mujeres de la intelligentsia cargaba con los lugares comunes que había heredado de la tradición y de la literatura de la época anterior, unas mujeres que estaban dispuestas a cumplir una misión y hablaban en nombre de principios superiores. Eran unas señoras un tanto exageradas, poco flexibles, ingenuas y casi infantiles frente al papel glorioso que habían elegido.
Las hijas de estas señoras ya ejercían un mayor control sobre sí mismas. Una señorita normal, que no rehuía ni a la diversión ni al flirteo, que deseaba casarse, no se sentía cómoda en la armadura de sus madres que no estaba hecha a su medida, a menudo perdía el sentido de la proporción, comprendía mal lo que se le pedía y cuáles eran sus deberes.
A todo esto se agregaba una contradicción entre el ambiente de los establecimientos de enseñanza donde reinaba el liberalismo y el espíritu de austeridad que alimentaba su casa.
“Este desequilibrio en las mujeres era para nosotros, los jóvenes, un gran problema. Nunca se sabía con qué mujer se iba a tropezar uno y qué clase de suplicios sufriría con ella”.
La actividad periodística de Boy dio buenos resultados combatiendo la falta de equilibrio de estas mujeres a las que le faltaba naturalidad y que no tenían una medida para regular sus palabras ni su comportamiento. Fue una buena escuela de humor, de conocimiento de la realidad y de convivencia con la sociedad moderna.
“El sentido común de Boy influía incluso en aquellas que lo consideraban un demonio, o peor aún, un masón; a través de sus amigas, de su compañeras, penetraba en los ambientes más conservadores, y poco a poco cambiaba la manera de ser femenina, esa forma a la que yo atribuía tanta importancia, viendo en ella la clave de muchos frenos y el secreto de numerosos males. Las adversarias más encarnizadas de Boy se tornaban, en el curso de la lucha contra él, más libres, más elásticas, diría, más hábiles”.
Boy estaba acercando el modelo de la femineidad polaca al modelo francés, pero entonces vino la guerra y el comunismo y la historia dejó descalzos a los hombres. Polonia se estaba transformando lentamente pero, de pronto, la historia empezó a moverse otra vez bajo sus pies.
El contacto de Gombrowicz con las mujeres era muy distinto al que tenía Tadeusz Boy-Zelenski.
Gombrowicz no le tenía odio a las mujeres, no era misógino, pero, ¿y miedo?, ¿no será que era ginófobo? La cuestión de que su homosexualidad le produjera vergüenza y la heterosexualidad de sus relaciones con Rita dan para pensar que le tenía miedo a las mujeres y que el miedo era el origen de su homosexualidad. Dejemos este dilema para otra oportunidad, pero si fuera cierto que era ginófobo, el miedo se convertiría en el archiorigen de los dolores de Gombrowicz.
“Personalmente no sabía tratarlas, me refiero a las mujeres, pues me comportaba realmente como no debía […]”.
“Me vengaba de ellas haciéndome el loco y el payaso cuanto podía, y en el fondo de mi alma odiaba a esas maestras indulgentes y presumidas, esas guías, institutrices y… desgraciadamente, a menudo… críticas […] Por fin llegó un momento en que me rebelé y saqué la conclusión de que había que exterminar la feminidad de la literatura […]”.
“Pero yo no me enterado nunca si las mujeres en la literatura y la femineidad literaria eran verdaderamente enemigos míos, y si mis reproches eran justos. Puesto que de la justicia de nuestras pretensiones no nos convencemos hasta que comenzamos a luchar por ellas”.
Sus contactos con las actrices en Polonia dejaban mucho que desear. Cuando se propone llevar al teatro a “Ivona, princesa de Borgoña”, lo consulta a Tadeusz Boy-Zelenski: —Pregúntale a Mira, ella te dirá.
Mira Ziminska era actriz, a más de ser inteligente tenía un gran sentido del humor, pero Gombrowicz se llevaba mal con los actores, especialmente con las actrices, consideraba que los intérpretes pertenecían a una clase inferior de artistas.
“Con las actrices me mostraba aún más implacable que con los actores, y tenía la costumbre de fingir que no las conocía; me presentaba solemnemente a cada una de ellas en cada encuentro. Un día, cuando me presenté cortésmente por quinta vez a una diva, ésta agarró un vaso de agua y sin pensarlo dos veces me lo vació en la cabeza […]”.
“Mira, por suerte, no me guardaba rencor, pero sus horizontes teatrales no eran tan amplios como para poder apreciar una obra tan innovadora como ‘Ivona’. Me dijo que el principio no estaba mal, pero que el resto no valía nada”.
Iba de fracaso en fracaso y los escritores seguían mofándose de Gombrowicz por las dificultades que tenía con las mujeres. Janusz Minkiewicz, un poeta satírico famoso por sus conquistas en el mundo de la galantería, le dijo una tarde en el café: —Ahora regreso a casa porque espero una llamada de Lala… A las cinco he quedado con Cela, y a las once me espera una locura con Fila. ¡Hasta la vista!
A Gombrowicz le empezaron a molestar las damas de la sociedad ya desde joven, la más de las veces le resultaban insoportables por su grandilocuencia ingenua y supercómoda.
El programa sublime de estas mujeres era conseguir un marido que ganara dinero o que sacara beneficios de sus dominios, mientras ellas desempeñaban el papel de guardianas de unos ideales a los que no les miraban los dientes porque les venían de unos padres y abuelos venerados.
La nueva generación estaba irritada con esta falsedad de su actitud y de su tono, cada vez más evidente.
Estos estilos agonizantes de las formas polacas que se remataban como a un animal enfermo, fueron una verdadera ganga para Gombrowicz en los tiempos que escribía “Ferdydurke”. Pero los problemas no sólo estaban afuera de Gombrowicz, también estaban dentro de él.
“Y yo también, sólo al cabo de cierto tiempo, tomaba conciencia de que nada podía salir de semejantes amores basados en una mistificación […] Efectivamente, no salía nada. Todos ellos terminaban dolorosamente cuando la joven descubría que yo, aunque encantado con ella, no le permitía acceder a mí, siempre hermético, entregado a mis asuntos, nunca verdaderamente sincero y abierto, ni por un minuto […]”.
“Sin embargo, yo, por mi parte, no podía ser diferente, ya que hubiera sido más fácil, por ejemplo, comprender la naturaleza de un cocodrilo que la mía, formada por influencia y factores que eran completamente desconocidos para ellas”.
Hace ya algún tiempo me anda dando vueltas por la cabeza una idea extraña que se me está formando acerca de Gombrowicz, una idea que no es tan descabellada como pudiera parecer a primera vista, y que también se la puede asociar a una historieta cómica famosa en la que un día dialogan en una plaza la estatua de un filósofo y el protagonista: —Todo lo que el hombre hace es pa’ levantar minas; —Pero, maestro, ¿y las matemáticas?; —Pa’ levantar minas; —¿Y la filosofía, maestro?; —Pa’ levantar minas; —¿Y el estudio de nuestros antepasados?; —Pa’ levantar minas…