16.3.14

MARIO VARGAS LLOSA Y GEORGETTE PHILIPPART DE VALLEJO

Mario Vargas LLosa al lado de la viuda de César Vallejo.

Mario Vargas Llosa: El pez en el agua, 1993

…André Coyné tradujo «El desafío» al francés, pero fue Georgette Vallejo la que revisó y pulió la traducción, trabajando conmigo. Yo conocía a la viuda de César Vallejo porque iba con frecuencia a visitar a Porras, pero sólo en esos días, ayudándola en la traducción, en su departamento de la calle Dos de Mayo, nos hicimos amigos. Podía ser una persona fascinante, cuando contaba anécdotas de escritores famosos que había conocido, aunque ellas estaban siempre lastradas de una pasión recóndita. Todos los estudiosos vallejianos solían convertirse en sus enemigos mortales. Los detestaba, como si por acercarse a Vallejo le quitaran algo. Era menuda y filiforme como un faquir y de carácter temible. En una célebre conferencia en San Marcos, en la que el delicado poeta Gerardo Diego contó bromeando que Vallejo se había muerto debiéndole unas pesetas, la sombra de la ilustre viuda se irguió en el auditorio y volaron monedas sobre el público, en dirección al conferencista, a la vez que atronaba el aire la exclamación: «¡Vallejo siempre pagaba sus deudas, miserable!» Neruda, que la detestaba como ella a él, juraba que Vallejo tenía tanto miedo a Georgette que se escapaba por los techos o las ventanas de su departamento de París para estar a solas con sus amigos. Georgette vivía entonces muy pobremente, dando clases privadas de francés, y cultivaba sus neurosis sin el menor embarazo. Ponía cucharaditas de azúcar a las hormigas de su casa, no se quitaba jamás el turbante negro con que siempre la vi, se compadecía con acentos dramáticos de los patos que decapitaban en un restaurante chino vecino a su edificio y se peleaba a muerte —con durísimas cartas públicas— con todos los editores que habían publicado o pretendían publicar la poesía de Vallejo. Vivía con una frugalidad extrema y recuerdo que, una vez, a Julia y a mí, que la invitamos a almorzar a La Pizzería de la Diagonal, nos riñó, con lágrimas en los ojos, por haber dejado comida en el plato habiendo tantos hambrientos en el mundo. Al mismo tiempo que intemperante, era generosa: se desvivía por ayudar a los poetas comunistas con problemas económicos o políticos a los que, a veces, en tiempos de persecución, ocultaba en su casa. La amistad con ella era dificilísima, como atravesar un campo de brasas ardientes, pues la cosa más nimia e inesperada podía ofenderla y desencadenar sus iras. Pese a ello, se hizo muy amiga nuestra y solíamos buscarla, llevarla a la casa y sacarla algunos sábados. Luego, cuando me fui a vivir a Europa, me hacía encargos —que le cobrara algunos derechos, que le enviara algunas medicinas homeopáticas de una farmacia del Carrefour de l'Odéon, de la que era cliente desde joven— hasta que, por uno de estos mandados, tuvimos también un pleito epistolar. Y, aunque nos reconciliamos después, ya no volvimos a vernos mucho. La última vez que hablé con ella, en la librería Mejía Baca, poco antes de que se iniciara esa terrible etapa final de su vida, que la tendría años hecha un vegetal en una clínica, le pregunté cómo le iba: «¿Cómo le puede ir a una en este país donde la gente es cada día más mala, más fea y más bruta?», me contestó, refregando las erres con delectación…


* Tomado de la página de Facebook en homenaje a César Vallejo.

2.3.14

DE PASEO POR EL MUNDO DE UN ZÁNGANO

Los quehaceres de un zángano de Fernando Morote.

DE PASEO POR EL MUNDO DE UN ZÁNGANO


Transitando por el Jirón Camaná encontré un ejemplar completamente nuevo de Los quehaceres de un zángano (Bizarro editores, 2008) de Fernando Morote. Debo confesar que desconocía el título; sin embargo, el nombre del autor me resultaba familiar. No me equivoqué en mi sospecha. Sí, era el mismo personaje que se comunicaba conmigo a través de Internet y me solicitaba libros de autores peruanos reconocidos como por ejemplo: Oswaldo Reynoso, Enrique Congrains, Sebastián Salazar Bondy, etc. Mi oficio de librero coincidió con este escritor peruano radicado en Estados Unidos del cual desconocía totalmente. Era el año 2008 y mis preocupaciones literarias se enfrascaban en aprobar los cursos de teoría literaria; el libro de Morote-en esa época -había pasado totalmente desapercibido para mí.

Las primeras líneas de la obra me divirtieron notablemente; personajes de los que intuía su identidad, escenarios por donde transito diariamente, pequeñas historias dentro de la historia principal, un humor negro caracterizado por la limpieza de la prosa, elementos propios de los noventas que aún se mantenían en mis recuerdos y que poco a poco empezaban a tomar forma, posicionarse y aflorar nuevamente. Sin duda, todo ello, me dejó una satisfacción favorable. Aparte de esto, el texto está escrito con un lenguaje coloquial con el que sentí una rápida identificación. Entonces, surgió una idea: Hacer una reseña de esta novela que se veía prometedora y que había pasado desapercibida por la crítica literaria y por lo que hoy tal vez tenga mayor difusión: Las redes sociales.

Los quehaceres de un zángano se divide en dos partes: En la primera el autor refleja sus conflictos internos, hace un recorrido por sus años de infancia, nos muestra su transitar por algunas zonas burguesas de Lima. Existe alguna que otras muestras de embriaguez que terminan en alguna delegación policial y el posterior asedio de la Guardia Republicana. La busca de una identidad, el resentimiento familiar, la lucha por superar la dependencia a las drogas, el haber logrado ciertos triunfos personales; poco o nada importan para el personaje, pero sí a su familia. Deambular por algunas playas del sur plagado de pederastas, ser confundido con un senderista por llevar un libro de Mariátegui y por apellidarse igual que el número dos de Sendero Luminoso, acudir a centros de rehabilitación en donde es víctima de los peores insultos. Todo esto recrea un ambiente decadentista, pero a la vez interesante a fin de entender cómo se proyecta la realidad limeña burguesa de fines de los ochentas y mediados de los noventas.

Federico Barrionuevo es un hombre de mediana edad que empieza a hacer un recorrido de su vida; desde sus años de infancia hasta el año de 1996, el transcurrir de este señor está marcado por el alcohol, la carrera de Derecho en la UNFV y un tremendo rencor a medio mundo. El espíritu literario de nuestro héroe se ve reflejado en los años de la guerra interna y del primer gobierno de Fujimori; una novia radicada en Chile por la que se desvive y el deseo de superación personal reflejado en vencer sus antiguos vicios. En medio de estos conflictos logra desempeñar diversos trabajos como vendedor de carteras, estibador o funcionario de un banco .Su desencanto ante la vida es notoria, él sólo quiere ser escritor y subsistir en base a un trabajo relajado, excento de presiones y responsabilidades.

Dentro de este dentro de este deambular conoce a personajes entrañables de nuestro quehacer literario y cultural propio de los noventas y algunos que todavía están presentes. Podemos encontrar referencias a autores y editores desaparecidos como César Calvo, Julio Ramón Ribeyro, Antonio Cisneros, Reynaldo Naranjo, Jaime Campodónico. Los centros nocturnos de Lima-de aquella época-matizan el escenario narrativo y son de importancia referencial; la presencia de lugares como “Tutu Café” de La Molina, el local de la ANEA en el centro de Lima, “La huerta de los libertadores” de Jesús María; El Juanito, El Piselli, La Noche y El Ekeko de Barranco, etc. El reflejo burgués decadentista, la multiplicidad de escenarios, el elemento temático y la prosa de Morote hacen que el libro sea una vuelta entrañable a los años noventas.

La segunda parte de la novela es de tendencia personal y hasta tiene ciertos elementos de tipo confesionario. Existe un conjunto de cartas destinadas a un amor radicado en Chile, y un diario que muestra sus páginas de manera desvergonzada. Al leer esta segunda parte del libro se me vino a la mente la figura de dos monstruos de la literatura universal: El primero es Joyce cuando enviaba esas cartas tan íntimas a su esposa; cartas dotadas de una gran de una gran carga sexual, pero también de un profundo amor hacia ella. La segunda referencia va en relación este personaje creado por Nabokov —llamado Humbert Humbert—, en el que mediante un íntimo diario expone parte de sus revelaciones sexuales, miedos, conflictos, e insatisfacciones.

Los logros de la novela se enmarcan en la técnica utiliza a manera de collage, el humor frente a lo absurdo y lo caótico, la limpieza de la prosa y el estilo depurado hacen de la lectura un momento agradable; estos aspectos se pueden apreciar en lo que tal vez sean los pasajes mejor logrados: La erótica historia de Mamerto González y De paseo por el mundo de Kafka. Lo que se puede criticar al texto es la presencia de algunos lugares comunes, cierto desorden que aparece en la estructura de la primera parte, y que por momentos pareciera más un libro de índole personal que literario. Al margen de ello, la calidad de Morote está presente y visualiza el futuro de un narrador sin tapujos ni convenciones formales. De aquel tipo de narradores que son pocos, pero que quedan en nuestro presente y que sin duda nos divierten, sorprenden y agilizan el gusto por lo subversivo en la literatura.

Rubén Javier
Lima, 27 de febrero del 2014


*Librero, director de Librería Rashomon, bachiller en literatura peruana y latinoamericana por la Universidad de San Marcos.
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